miércoles, 21 de marzo de 2012

La poesía de John Donne



Por: Mateo Díaz Choza


Mi primer acercamiento a la extraordinaria poesía de John Donne (1572-1631) se dio a partir de la antología Immortal poems of the english language, editada por Oscar Williams. En poco más de quince páginas, la publicación presentaba algunos de los textos más representativos de su obra. Tuvo que pasar un tiempo considerable para que pueda acceder a su poesía completa, en los dos tomos de la versión bilingüe de Ediciones 29. Una lectura parcial de esta última me permitió percatarme de un asunto central en la escritura poética del autor mencionado: su carácter heterogéneo o, al menos, dual. En los siguientes párrafos se esbozará un abordaje a dicha cuestión. 

                A pesar de que el libro de Williams contaba con algunos de los poemas más célebres de Donne – The flea, Love’s Deity o The Blossom –, mi aproximación quedó marcada por los Sonetos sagrados (Holy Sonnets). Esta es una colección de 19 sonetos articulados en torno al tema de la proximidad de la muerte. La pregunta del verso inicial del Soneto 13 (“¿Y si este presente fuera la última noche del mundo?”)[1] recorre todos los poemas. La cualidad efímera de la vida alcanza un gran nivel de intensidad; pero no al modo de un concepto abstracto, sino como una realidad tangible y próxima (ejemplo de ello es, en el mismo poema citado, la representación del cuerpo herido de Cristo en la cruz). Sin embargo, a diferencia de un autor como Calderón, no hay aceptación o resignación ante la muerte. En la cosmovisión del autor inglés, su llegada no representa una manifestación de la justicia divina o de la igualdad de todos los hombres, sino del mal. Por ello, la actitud de Donne es agónica, de resistencia y enfrentamiento. Esto se puede constatar en el Soneto 10: “Muerte, no te envanezcas aunque te hayan llamado/  poderosa y terrible; pues tú no eres así, / ya que aquellos que crees por tu fuerza abatidos/ no mueren, pobre muerte, ni a mí puedes matarme”. Al final del poema, se augura la propia muerte de la Muerte.

                Dicha superación solamente es posible a través de la acción divina. En el Soneto 9, esta consistiría en el olvido: el yo poético le pide a Dios que forme un Leteo de lágrimas humanas y sangre divina para borrar la memoria del pecado. No obstante, en el Soneto 14, la trascendencia implicaría un proceso más profundo. Así como para San Juan de la Cruz la llama de amor poco a poco consume la corporeidad humana para purificarla, en el poema se presentan una serie de acciones que debe infligir la divinidad en el cuerpo para prepararlo a acceder a un estadio superior. El objetivo es volver a constituir al hombre (“make me new”), rehacerlo; pero a diferencia de la concepción del místico español, este recorrido implica el ejercicio de una violencia física (y no solamente el alejamiento del mundo fenoménico): en el primer cuarteto, Dios debe golpear y destruir a su creación para poder salvarla. Más adelante, el yo poético se compara con una ciudad sitiada y pide a la divinidad que la recupere y la aprisione. En la consumación del soneto, este - siempre asociado a un personaje femenino – anhela la unidad erótica con Dios. El único modo de alcanzarla será la aceptación de la violencia divina: “Sin embargo, hondamente te amo y quisiera ser amado, / mas estoy prometido a tu enemigo, / divórciame, suéltame o rompe otra vez ese nudo, / llévame hacia Ti, aprisióname, pues yo, / a menos que me cautives, no seré nunca libre; / tampoco seré casto, a menos que me violes”.

                A partir de la lectura del primer tomo de la versión de Ediciones 29, pude profundizar en sus poemas de temática profana. Las canciones, sonetos y elegías son piezas construidas, casi siempre, a partir de comparaciones inusuales y de gran ingenio. Por el estilo empleado, demandan un lector agudo, capaz de desentrañar la lógica que las articula. Los temas más abordados son el del amor – muchas veces desde la perspectiva del amante despechado o de quien reivindica la variedad amatoria – y el de la fugacidad de la vida, mientras que el tono empleado es más ligero y tiene mayor presencia de elementos satíricos. Los textos parecen proponer poéticas muy diferentes a las de las Sonetos sagrados e incluso ser escritos por autores diferentes. Sin embargo, un acercamiento a algunos poemas permitiría dilucidar puntos en común entre ambos corpus.

                En la Elegía 19 (To his mistress going to bed), un hombre invita a su amada a desnudarse para él. Más allá de asemejar al amante con un descubridor y a la mujer con el continente americano, se erige la desnudez como un valor supremo que trasciende al goce carnal (“Como almas sin cuerpos, los cuerpos sin ropas han de estar / para gustar goces completos”) y se compara incluso con la revelación de los libros místicos. Al finalizar su invitación y antes de referir su propia desnudez, el yo poético dice en hermosa frase: “arroja todo, sí, todo ese blanco lienzo, / aquí no hay penitencia, aún menos inocencia” (“… cast all, yea, this white linen hence, / Here is no penance, much less innocence”). El verso final tendría una enorme repercusión ideológica, pretendería levantar la culpa del pecado original. Siglos de tradición puritana o religiosa postularían en Inglaterra la versión contraria: Milton articula su poema más célebre en base a la caída de Adán y Eva; en las canciones de Blake la experiencia, opuesta a la inocencia, se asociaría a la corrupción y la decadencia. Finalmente, en el Epitalamio compuesto en Lincoln’s Inn – un texto complejo en el que se entremezclan los niveles de la sátira y la utopía – el matrimonio de los amantes simbolizaría la integración del placer de la pareja dentro de una práctica social. El poema aludiría a un tiempo primitivo y edénico, anterior a la caída (en una paráfrasis del poema anterior dice: “aquí no hay pena ni vergüenza”): la boda se volvería un ritual pagano y la pérdida de la virginidad de la esposa se compararía al sacrificio de un cordero. Luego de realizada la ceremonia, la doncella se convertiría en mujer, la potencia se volvería acto. De ese modo, Donne retomaría una forma poética utilizada en la tradición inglesa (Edmund Spenser, Ben Jonson), pero evidenciaría una concepción del erotismo que no habría aparecido en sus antecesores.

                ¿Cuáles podrían ser los puntos en común entre ambas poéticas? Quizás la principal característica sería el apego a lo mejor de la vida, una suerte de enaltecimiento de la existencia. El ímpetu de vitalidad se manifestaría, cual dos caras de una misma moneda, tanto en la celebración amorosa de los poemas profanos como en el enfrentamiento contra la muerte de los sagrados. La noche que reúne a los amantes sería esperada con la misma expectativa que la llegada de Dios, ya que en los dos casos se pondría fin a un periodo de insatisfacción o sufrimiento. Sin embargo, ambas poéticas utilizarían recursos opuestos. La amada de los poemas profanos sería divinizada al ser comparada a las sagradas escrituras o a los ángeles (Elegía 19: “… tú, ángel, traes contigo / un cielo como el paraíso de Mahoma”). Por otro lado, en los poemas sacros Dios se volvería corporal, se humanizaría: “Dios se vistió en vil carne de hombre, para ser / suficientemente débil y así sufrir dolor” (Soneto 11). De ese modo, sería en la conjunción de lo divino y lo profano que Donne ubicaría su ideal poético y vital. Por último, se podría ver en la evolución de dicho autor, no solamente el envejecimiento y la maduración de un poeta (los Sonetos sagrados son posteriores a los otros textos), sino el cambio de paradigmas culturales del mundo; ya que la fascinación por la fugacidad de la existencia, lo grotesco y la muerte fueron temas recurrentes en la literatura europea del siglo XVII. Donne es un autor de transición, un integrador de contradicciones, alguien que afirmó la propia naturaleza humana: fe y pecado, cielo y tierra, conviven en su obra.         



[1] Salvo algunas variantes mías, la mayor parte de las traducciones siguen las de la versión de Ediciones 29


2 comentarios:

Nadies dijo...

Algo me da reminisencias de las creencias gnósticas (al menos de una variante de estas): se trata del desprecio de la materia y los mandamientos de Dios, porque este Dios no es el verdadero Dios, sino el demiurgo, el que atrapó el espíritu dentro del infame y vil cuerpo. Sobre todo pensé en eso cuando leí esos versos:
"“Sin embargo, hondamente te amo y quisiera ser amado, / mas estoy prometido a tu enemigo, / divórciame, suéltame o rompe otra vez ese nudo, / llévame hacia Ti, aprisióname, pues yo, / a menos que me cautives, no seré nunca libre"
Muy interesante. Pero es una idea que se me vino, no tiene rigurosidad... aunque podría trabajarse...
En fin, gracias por la reseña :)

Anónimo dijo...

Buen post el de Mateo Díaz. Interesante esa unión de elementos opuestos de la escritura de Donne. Si puede dar alguna fuente crítica, se lo agradecería.

F. Llanos.